Nacida en el East End londinense, en el seno de una familia donde se hablaba idish, Minna Keal sintió que la vida le daba una nueva oportunidad. Aunque no de familia completa de músicos -solo su madre, que cantaba canciones folklóricas judías y su tío que tocaba el violín-, Minna se interesó por la música, y en 1928, con 19 años de edad, ingresó en la Royal Academy of Music. Lamentablemente su vida dio un giro inesperado: la muerte de su padre la llevó a dejar sus estudios musicales para ayudar a llevar adelante el negocio familiar. Y durante más de 40 años dejó en el polvo del olvido su talento para la composición. Tuvo que llegar el momento de jubilarse para que Minna volviera a descubrir su don, y casi por casualidad. Uno de sus alumnos de piano debía ser examinado por Justin Connolly, a la sazón un músico en ascenso, y por curiosidad pidió ver las composiciones que Minna había archivado. Percatado del talento desperdiciado de la mujer, le pidió que considerara retomar la composición, y para 1975 Minna ya era alumna de Connolly. Como queriendo recuperar el tiempo perdido, Minna Keal compuso varias obras en dos décadas, antes de su muerte en 1999: en 1978 terminó el Cuarteto para cuerdas op. 1, ejecutado por primera vez en 1989; el Quinteto para vientos op. 2, en 1980; la Sinfonía op. 3 en 1982; Cantillation para violín y orquesta op. 4, en 1988; y entre 1988 y 1994 trabajó en su Concierto para chelo op. 5 (al final de la nota interpretado por Alexander y Martina Baillie).

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